viernes, 19 de febrero de 2016

Corazón de cebolla

Había una vez un huerto lleno de hortalizas, árboles frutales y toda clase de plantas. Como todos los huertos, tenía mucha frescura y agrado. Por eso daba gusto sentarse a la sombra de cualquier árbol a contemplar todo aquel verdor y a escuchar el canto de los pájaros.

Pero de pronto, un buen día empezaron a nacer unas cebollas especiales. Cada una tenía un color diferente: rojo, amarillo, naranja, morado... El caso es que los colores eran irisados, deslumbradores, centelleantes, como el color de una sonrisa o el color de un bonito recuerdo.
Después de sesudas investigaciones sobre la causa de aquel misterioso resplandor, resultó que cada cebolla tenía dentro, en el mismo corazón, porque también las cebollas tienen su propio corazón, un piedra preciosa. Esta tenía un topacio, la otra una aguamarina, aquella un lapislázuli, la de más allá una esmeralda ... ¡Una verdadera maravilla!

Pero, por una incomprensible razón, se empezó a decir que aquello era peligroso, intolerante, inadecuado y hasta vergonzoso
Total, que las bellísimas cebollas tuvieron que empezar a esconder su piedra preciosa e íntima con capas y más capas, cada vez más oscuras y feas, para disimular cómo eran por dentro. Hasta que empezaron a convertirse en unas cebollas de lo más vulgar.

Pasó entonces por allí un sabio, que gustaba sentarse a la sombra del huerto y sabía tanto que entendía el lenguaje de las cebollas, y empezó a preguntarles una por una:
- Por qué no eres como eres por dentro?"

Y ellas le iban respondiendo:

- Me obligaron a ser así... me fueron poniendo capas... incluso yo me puse algunas para que no me dijeran nada."

Algunas cebollas tenían hasta diez capas, y ya ni se acordaban de por qué se pusieron las primeras capas. Y al final el sabio se echó a llorar. Y cuando la gente lo vio llorando, pensó que llorar ante las cebollas era propio de personas muy inteligentes. Por eso todo el mundo sigue llorando cuando una cebolla nos abre su corazón. Y así será hasta el fin del mundo.

jueves, 11 de febrero de 2016

Recuerda a quién sirves

En los días en que un helado costaba mucho menos, un niño de 10 años entró en un establecimiento y se sentó en una mesa. La camarera puso un vaso de agua enfrente de él.

- "Cuánto cuesta un helado de chocolate?", preguntó el niño.

- "Cincuenta pesetas", respondió la mujer.

El niño sacó la mano del bolsillo y examinó las monedas.


- "Cuánto cuesta un helado sólo?", volvió a preguntar. Algunas personas esperaban mesa y la camarera ya estaba un poco impaciente.

- "Veinticinco pesetas", dijo bruscamente. El niño volvió a contar las monedas.

- "Quiero el helado sólo", dijo.

La camarera le trajo el helado, puso la cuenta en la mesa y se retiró. El niño terminó el helado, pagó en la caja y salió.
Cuando la camarera volvió a limpiar la mesa, le costó tragar saliva al ver que allí, ordenadamente junto al plato vacío, había veinticinco pesetas: su propina.

viernes, 5 de febrero de 2016

Cazando dos conejos

Un estudiante de artes marciales se aproximó a su maestro con una pregunta:

- "Me gustaría aumentar mi conocimiento de las artes marciales. Además de lo que aprendí con usted, me gustaría estudiar con otro profesor para poder aprender otro estilo....Qué piensa de mi idea?".
- "El cazador que acecha dos conejos al mismo tiempo", respondió el maestro, "corre el riesgo de no poder atrapar a ninguno."

lunes, 1 de febrero de 2016

La parte más importante del cuerpo

 Un día mi madre me preguntó:

-"Cuál es la parte más importante del cuerpo?".  A través de los años trataría de buscar la respuesta correcta.

Cuando era más joven, pensé que el sonido era muy importante para nosotros, por eso dije:

-Mis oídos, mamá”.

 Ella dijo:

-No, muchas personas son sordas y se arreglan perfectamente. Pero sigue pensando, te preguntaré de nuevo.”
 Varios años pasaron antes de que ella lo hiciera. Desde aquella primera vez, yo había creído encontrar la respuesta correcta. Y es así que le dije:

 -Mamá, la vista es muy importante para todos, entonces deben ser nuestros ojos. “

Ella me miró y me dijo:
-Estás aprendiendo rápidamente, pero la respuesta no es correcta porque hay muchas personas que son ciegas, y salen adelante aún sin sus ojos”. Continué pensando… ¿cuál era la solución?

    A través de los años, mi madre me preguntó un par de veces más, y ante mis respuestas la suya era: “No, pero estás poniéndote más inteligente con los años, pronto acertarás”.

 

    Hace algunos años mi abuelo murió. Todos estábamos dolidos. Lloramos. Incluso mi padre lloró. Recuerdo esto sobre todo porque fue la segunda vez que lo vi llorar. Mi madre me miraba cuando fue el momento de dar el adiós final al abuelo. Entonces me preguntó:

 -No sabes todavía cuál es la parte más importante del cuerpo, hijo?”. Me asusté cuando me preguntó justo en ese momento. Yo siempre había creído que ese era un juego entre ella y yo. Pero ella vio la confusión en mi cara y me dijo: 

-Esta pregunta es muy importante. Para cada respuesta que me diste en el pasado te dije que estabas equivocado y te he dicho por qué. Pero hoy es el día en que necesitas saberlo”. 

Ella me miraba como sólo una madre puede hacerlo. Vi sus ojos llenos de lágrimas, y la abracé. Fue entonces cuando apoyada en mí, me dijo: 
-Hijo, la parte del cuerpo más importante es tu hombro”.
 Le pregunté: 

 -Es porque sostiene mi cabeza?” 

Y ella respondió: 

-No, es porque puede sostener la cabeza de un ser amado o de un amigo cuando llora. Todos necesitamos un hombro para llorar algún día en la vida, hijo mío. Yo sólo espero que tengas amor y amigos y así siempre tendrás un hombro donde llorar cuando lo necesites, como yo ahora necesito el tuyo.” 

viernes, 29 de enero de 2016

Cargando con la balsa

Un hombre iba caminando con dificultad por la orilla de un río. Observó que la orilla opuesta era mucho más transitable, pero no podía alcanzarla a nado porque la corriente era muy fuerte. Así que paró, reunió algunas cañas y los materiales necesarios y construyó una balsa. Subido en ella cruzó el río sin problemas.

Una vez llegado a la otra orilla, sintió tristeza al pensar en abandonar su embarcación. Consideraba todo un logro personal haberla construido y le gustaba contemplarla. De modo que decidió cargarla sobre sus espaldas y reanudó su marcha.

Pero, conforme iba pasando el tiempo, sus pasos se hacían cada vez más torpes y lentos. A pesar de que el camino era más fácil, se iba quedando sin fuerzas, y empezó a preguntarse si había valido la pena cambiar de orilla. Tardó tiempo en darse cuenta del desgaste que le estaba suponiendo llevar la balsa a sus espaldas mientras escalaba hacia las cumbres de la montaña.

Finalmente decidió abandonar su carga y se sintió más ligero y más equilibrado.

miércoles, 27 de enero de 2016

Las manos de una madre

 Un joven fue a solicitar un puesto gerencial en una empresa grande. Pasó la entrevista inicial y ahora iba a conocer al director para la entrevista final. El director vio en su curriculum vitae sus logros académicos y eran excelentes. Y le preguntó: " -Recibió alguna beca en la escuela?".
El joven respondió:

-"No"

- "Fue tu padre quien pagó tu colegiatura?"

- " Mi padre murió cuando yo tenía un año de edad, fue mi madre la que pagó"

- "Dónde trabaja tu madre?"

- "Mi madre trabajaba lavando ropa"

El director pidió al joven que le mostrara sus manos. El joven mostró un par de manos suaves y perfectas.


- "Alguna vez has ayudado a tu madre a lavar la ropa?"

- "Nunca. Mi madre siempre quiso que estudiara y leyera más libros. Además, mi madre puede lavar la ropa más rápido que yo"

El director dijo:
 "Tengo una petición: cuando vayas a casa hoy, ve y lava las manos de tu madre, y luego ven a verme mañana por la mañana."

El joven sintió que su oportunidad de conseguir el trabajo era alta. Cuando regresó a su casa le pidió a su madre que le permitiera lavar sus manos. Su madre se sintió extraña, feliz pero con sentimientos
encontrados, y mostró sus manos a su hijo.



El joven lavó las manos de su madre poco a poco. Rodó una lágrima al hacerlo. Era la primera vez que se daba cuenta de que las manos de su madre estaban tan arrugadas y tenían tantos moratones. Algunos hematomas eran tan dolorosos que su madre se estremeció cuando él la tocó.

Esta fue la primera vez que el joven se dio cuenta de lo que significaban este par de manos que lavaban la ropa todos los días para poder pagar su colegiatura. Los moratones en las manos de la madre eran el precio que tuvo que pagar por su educación, sus actividades de la escuela y su futuro. Después de limpiar las manos de su madre, el joven se puso a lavar en silencio toda la ropa que faltaba.

Esa noche, madre e hijo hablaron durante un largo tiempo. A la mañana siguiente, el joven fue a la oficina del director.

El director se dio cuenta de las lágrimas en los ojos del joven cuando le preguntó: "
-Puedes decirme qué has hecho y aprendido ayer en tu casa?"

El joven respondió:
- "Lavé las manos de mi madre y también terminé de lavar toda la ropa que quedaba. Ahora sé lo que es apreciar, reconocer. Sin mi madre, yo no sería quien soy hoy. Al ayudar a mi madre ahora me doy cuenta de lo difícil y duro que es conseguir hacer algo por mi cuenta. He llegado a apreciar la importancia y el valor de ayudar a la familia"

El director dijo:
-"Esto es lo que yo busco en un gerente. Quiero contratar a una persona que pueda apreciar la ayuda de los demás, una persona que conoce los sufrimientos de los demás para hacer las cosas, y una persona que no ponga el dinero como su única meta en la vida". "Estás contratado".

domingo, 24 de enero de 2016

El pobre y el Rey

Cuentan que en en una pequeña aldea vivia un hombre muy pobre que se dedicaba a pedir una ayuda a todos los aldeanos para poder ir viviendo.
Un buen día entró en la aldea un carro de oro llevando al Rey sonriente y radiante.
El pobre al ver el carró, pensó “mis días de sufrimiento se han acabado”, “seguro que el Rey en su inmensa generosidad no dejará que pase calamidades y con lo que me pueda dar me servirá para poder vivir tranquilo el resto de mis días”.
Y así, se acercó al rey confiado en que se apiadaría de su situación.
El rey al verle acercarse y antes de que el mendigo pudiese abrir la boca le preguntó:
-“Buen hombre, ¿qué tienes para darme?”

El mendigo se quedó soprendido ante su pregunta. ...Cómo era posible que el Rey, que iba montado en un carro de oro y lleno de riquezas, le pidiese a el algo? ...Acaso no se había dado cuenta que era muy pobre y que no tenía nada para darle?
Sin embargo el mendigo no quiso contrariar a su señor y metió la mano en la alforja llena de granos de arroz.
De ella sacó un grano de arroz y se lo entregó al Rey.
El Rey, se guardó el grano de arroz, se subió de nuevo a su carro de oro y se marchó.
El mendigo se quedó muy apesadumbrado ante la actitud del Rey.
Sin embargo, al final del día, al vaciar su alforja, entre los granos de arroz descubrió ...Una moneda de oro!.
“Ay”, se lamentó el mendigo. “Por qué no le habré dado todo el arroz”.


Cuando uno procede con bondad y generosidad no espera una recompensa, no vive sus gestos realizados como un acto de heroicidad, ni espera las loas de los héroes.