— El gran secreto está en la observación. Nada escapa a la mente observadora y receptiva. Ella misma se convierte en la enseñanza. Observa, siéntate en la playa y mira cómo el sol se refleja en las aguas. Permanece observando tanto tiempo como te sea necesario; lo que te exija la apertura de tu corazón y de tu comprensión”.
Durante varios días el discípulo se
mantuvo en atenta observación, sentado a la orilla del mar. Vio al sol
reflejándose sobre las aguas del océano, unas veces tranquilas y otras
encrespadas. Miró las leves ondulaciones de las aguas cuando el mar estaba en
calma, y las ondulaciones gigantescas cuando estaba en tempestad. Observó
atento y ecuánime, meditativo y alerta. Paulatinamente fue desarrollando la
comprensión y abriendo su corazón. Su mente comenzó a cambiar, y su consciencia
encontró otro modo mucho más rico de percepción.
El discípulo, muy agradecido, regresó
junto al maestro quien le preguntó:
—Has aprendido a través de la observación?
—Sí..repuso
satisfecho el discípulo— ...Llevaba años efectuando los ritos, asistiendo a las
ceremonias sagradas, leyendo las escrituras, pero no había comprendido. Unos
días de observación me han hecho comprender. El sol es nuestro ser interior
siempre brillante, sin afectación alguna. Las aguas no le mojan, y las olas no
le alcanzan, está ajeno a la calma y a las tempestades aparentes. Siempre
permanece inalterable, es siempre él mismo.
—Es una
enseñanza sublime. Es la enseñanza que se desprende del arte de la observación.
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